Conversando (jugando a palabras IV)
El silencio es una forma más de conversar, no cabe duda. Si bien, el silencio prolongado viene a formar a veces un abismo insalvable; no así tanto la distancia, ya que aún sin ese cierto contacto, silencioso o no, hay quienes mantienen o reanudan conversaciones como si hubiera sido ayer. En las empresas se producen muchos tipos de conversación, desde las más intrascendentes a las estratégicas, de las privadas a las operativas, de igual manera que se dan en grupo o individuales, y cada una diferente. Informar es distinto de conversar, de igual modo que lo es el monólogo donde algunos directivos untan de filosofía, e incluso se van creciendo por momentos si interpretan que la gente les ríe la gracia aunque estén pensando en “otra vez el mismo rollo” o desconecten y viajen al fin de semana, pero sin que se note. Hacer esto y hacer como que se presta atención es arte común. Conversar y mandar tampoco es lo mismo pues.
Hablar es pronunciar palabras o sonidos para comunicarse, o al menos darnos a entender de alguna manera; diferente de “dar que hablar” o “llevar meses sin hablarnos”. Pero una cosa es hablar, otra conversar y otra diferente dialogar. Supongo no reflexionamos lo suficiente en cómo las personas interactuamos en las organizaciones, cómo nos comunicamos, versus el impacto que ello tiene en los resultados. ¿Saben las personas conversar dentro de las empresas?, ¿es positivo fomentar esta práctica, o hay que controlarla o dirigirla? Los matices son importantes, ya que en la empresa pocas veces existen relaciones y conversaciones en términos de igualdad entendida como tal. No recuerdo dónde leí algo así como uno aprende mucho más a través de interacciones dialógicas que a través de interacciones de poder. Y es que, en la mayoría de ocasiones, sobre todo en la relación entre escalones distintos, existe la pretensión, la intencionalidad, lo que fabrica en las conversaciones, por mucho estilo participativo e igualitario que vendamos, una comunicación incierta. Nuestros pensamientos, percepciones, paradigmas, etc., nos vencen; y si Pepe lleva un día unos pastelitos y se los ofrece a su jefe y habla con él, éste conversa interiormente “qué persona más encantadora” o “qué coño querrá ahora?!”, porque, claro, es que es Pepe. Las palabras comunican, y las verdades o mentiras las camuflamos bajo una palabrería o una sonrisa, quedando muchas veces en el aire. Conversar conlleva abrirse a los demás, o sea que te conozcan, y de ahí que pensemos que es mejor descuidar en expresividad y ganar en protección. Esta especie de invulnerabilidad a la que se someten personas en el mundo laboral, tal como corren los tiempos, ¿no está haciendo que las organizaciones pierdan encanto y oportunidades? Cuando no vemos espacios para conversaciones relajadas y privadas, es que algo sucede en la empresa.
Dialogar viene del griego y conversar del latín. Conversari (girar, dar vueltas, en compañía), pero también conversus, que ya sabemos es convertirse, lo que al juntar ambas palabras implica que si damos vueltas con alguien hablando y compartiendo es posible que nos transformemos mutuamente en personas distintas. Ese es el poder de las palabras y una buena conversación, la creación de historias comunes, la seducción de un viaje motivador, la fantasía puesta al alcance. Los equipos de trabajo se convierten mediante el viaje conversacional entre sus miembros. Por otra parte, dia-logos es el encuentro entre dos logos, dos pensamientos y razonamientos que tratan de llegar a una idea mejor. El dialogo es más transgresor, y no es preciso estar en la misma onda pero sí ir hacia él sin expectativas fijas y sin exigencias cerradas, ya que lo frecuente es encontrarte con lo diverso y en ocasiones lo opuesto. Hablar es sencillo, se puede hablar mucho y no decir nada; conversar saben bastantes personas si se lo proponen; dialogar es primero enfrentarte a ti mismo, tus ideas y tus prejuicios e incluso a tu entorno. Es huir del extremismo diciendo, por ejemplo: “déjame que lo piense”.
Conversar y dialogar es coctel con mucho más que silencios. Acostumbrados a ver debates estériles aunque cuiden el lenguaje no verbal, se nos olvidan reglas del juego como el no interrumpir a destiempo o tapar lo que uno dice gritando o cambiando de tema. Se nos olvida el arte de preguntar, la paciencia, el demostrar interés por lo que nos cuentan, la discreción, el dar juego a la otra persona aun sabiendo tengas el partido ganado, la humildad, el que se sienta en cierto modo escuchado e importante, el no intentar ser el sabelotodo o el “yo más” o el “yo sé lo que piensas”… Quizás debamos dar un poco la razón a Mark Twain “nunca discutas con un estúpido, te hará descender a su nivel y ahí te vencerá por experiencia”, y sea más sano cortar determinados rumbos a que llevan algunas interacciones. Pero en la empresa, mientras haya partido hemos de continuar, y aunque surjan palabras que nos incomoden, no por ello hemos de perder el hilo del mensaje central y obviar oportunidades de negocio. Sin buenos conversadores jamás se cierran bien algunas negociaciones, o se evitan o previenen conflictos, o se toman determinadas decisiones.
Sin duda la tecnología hace que podamos prescindir casi de horarios, espacios comunes, distancias geográficas, pero esta hiperconectividad ¿nos hace conversar mejor? Las videoconferencias han hecho esto un poco menos poético, y los escritos a veces se vuelven jeroglíficos, o después de escribir unos pocos caracteres ya no sabemos profundizar o elaborar y transmitir mensajes con mayor contenido, al margen de alguna buena greguería tuitera, al más puro estilo de R. Gómez de la Serna: «Lo más importante de la vida es no haber muerto». Da la sensación nos quedemos en la chispa, o igual es que eso es lo que buscamos, o a lo mejor es que comenzamos a ser incapaces de algo más… Me quedo sin espacio. Sólo recodar una regla de oro de la mano de Juan Carlos I, cuando en 2007 se dirigió al presidente venezolano Hugo Chávez con aquello de “¿por qué no te callas?”, que representa la lectura del saber escuchar como principal ingrediente conversacional, la huida del protagonismo, y también porque callarse a veces es lo más inteligente. Y poco más, salvo que en ocasiones lo mejor se te ocurre al cabo de un rato y ya no cuentas con posibilidad de réplica, ¿o sí?, quién sabe!
Publicado en Indicador de Economía, marzo 2016