Traficando conceptos (Jugando a palabras II)
Cuando has trabajado en diferentes empresas, uno entiende sobre la existencia de mundos paralelos que funcionan de formas distintas, y de palabras o giros que quieren decir cosas distintas en un lugar y en otro. La heredabilidad del lenguaje por imitación pura y la transmisión de los conceptos hacen perdurar las empresas y la fortaleza de sus culturas, estrategias e imaginarios. La ensoñación nos aleja de la realidad y crea en la mente nuevos mundos a explorar y potenciar y enganchar. ¿Quiere decir esto que para sobrevivir en cierta manera necesitamos vivir como en un mundo de engaño, o autoengaño?. Qué demonios!, va.., los trabajadores tienen derecho a ser engañados, los clientes también, todos en sí. Lo tremendo es que existe conciencia de la mentira, aunque desearíamos no ser conscientes, o sea, llegar a ser inconscientes de lo consciente, en un proceso automático similar a la memoria procedimental. Sé que me engañan, pero no me doy cuenta de ello, quiero que entre en mi inconsciencia, aunque soy perfectamente consciente de ello, pero lo necesito, necesito una parte de engaños para sobrevivir, para sobrellevar. En la eterna necesidad de creer, el lenguaje es un componente más que dibuja la atmósfera que lo soporta. Cuando un trabajador sale después de años de una empresa, abandona un mundo profético y necesita el reposo suficiente para volver a penetrar en otro, y contar con la voluntad para adaptarse a nuevos conceptos. Porque, ¿qué sucede cuando te echan de una empresa en la que has creído?, el sentimiento de orfandad es terrible y el desuso de aquel lenguaje te convierte en un apestado. Ya no estás dentro, ya no hay con quien comunicarte en esas palabras, y al entrar en una organización nueva las cosas ya no representan lo que entiendes y te obligas a reprogramarte.
Si tuviéramos que seleccionar un término que recogiese la esencia de las organizaciones, que representara el vínculo común entre todas sus funciones, ¿cuál elegiríamos?, seguro que si nos detenemos un momento a pensar nos surgen términos tales como: rendimiento, competitividad, desempeño, rentabilidad, eficiencia, productividad, u otros de cáliz semejante; pero ¿qué significa cada uno de ellos? Sin duda le damos significados, y a veces de un modo caprichoso, y surgen en la conversación cotidiana usados habitualmente de forma intercambiable. Muchas definiciones del diccionario son similares, si bien en el mundo empresarial no es así. Igual que los amantes, que las pandillas, que las sectas capturan y tienen sus propias palabras y significados, creando su propio mundo, pasa lo mismo con las empresas. Una organización que avanza y singulariza no deja de hacer esto, consciente o inconsciente, y si no lo hace o sabe que lo hace, aunque sea informalmente, es una asignatura que ha de aprender y aprovechar. Recuerden la frase de Ludwig Wittgenstein “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, es tan extraordinaria y fascinante!, y cuando un empresario y/o directivo escribe o habla intenta ensancharlos lo máximo posible o a veces los restringe en un acto voluntario de sencillez comunicativa, doctrinal y cultural, tal un secreto compartido en las divisorias organizacionales. La empresa persigue construir su mundo, particular y a medida de quien lo habita o consume, y dotarlo además de un léxico lo más distintivo posible. Su utilidad y proyección crea nexos, individualiza, sociabiliza, une, fideliza, vende y etc.
El desengaño en los credos es fastidioso. En estos tiempos de crisis y desapegos muchos se convierten en descreídos amistosos, sonrientes y adaptables; no sé si hipócritas pero sí actores. Dominan ya el escenario, representan un papel y dicen y explican lo que los demás quieren oír en una entrevista laboral, en una evaluación de desempeño, en .. Me pregunto si sólo puro teatro. Visto en perspectiva, se asemeja a un mundo algo canalla, desde luego, como sacado de un vodevil; pero, ¡es tan reconfortante!, como que no se puede vivir sin ello, o sin la mentira. Las negociaciones, los argumentos de venta, la máquina del café, … todo es tan naturalmente teatral que con los años aprendes a representar el papel de idiota, de prepotente, de indisciplinado, de listillo, según el momento y la situación. Teatro y creencia en el engaño, que a veces lleva el nombre de confianza o lealtad; en la mayor parte de los casos, puro juego económico y social. Como en la obra de Unamuno, San Manuel Bueno, mártir donde uno de sus personajes, Lázaro, dice: «..»Pero es usted, usted, el sacerdote, el que me aconseja que finja?», él (se refiere a D. Manuel), balbuciente: «¿Fingir?, ¡fingir no!, ¡eso no es fingir!»».
Oh, sí, el lenguaje y los conceptos!. Las palabras son como el barniz, si lo rascas, con suerte queda la esencia. Cojamos la palabra “pasión” y leamos en diferentes webs su definición, en unas se traduce a un valor o a un principio; “este valor es del corazón”, para algunas se manifiesta en forma de entusiasmo y compromiso; en otras es una forma asociada a la investigación y desarrollo; otras cuentan que se traduce a una actitud positiva, o referencian a una creencia o a la ilusión, e incluso a “nuestra manera de interactuar con los demás”, otras se refieren o lo ligan con el talento, o con el servicio. No es de extrañar entonces que cada empresa cree su mundo; no digamos su mentira sino su realidad. Personalizar cualquier acción dentro de una empresa, requiere dominar su lenguaje, sin obviar que antes ha de crearse; hablarlo te hace perteneciente del clan.
Si bien el uso repetitivo de las palabras, aún con la experiencia asociada, las agota, en contrapartida las modas y los gurús mantienen el espíritu del engaño y la tensión. Palabras clave que funcionan durante un tiempo y, cuando desgastadas quedan desprovistas de la fascinación inicial, su contenido se traspasa a otras, o se inventan de nuevas. Todo como más novedoso y snob, y para decir cosas parecidas buscamos de nuevas que presenten conmociones más cercanas o actuales, así la nebulosa se mantiene junto al impulso que simbolizan. ¿De cuantas formas hemos oído llamar a los círculos de calidad? A lo mejor los conceptos no son en sí palabras, sino experiencias y asociaciones que realizamos. Alan Baddeley escribió (1990) “aquello que se recuerda no es una palabra, sino una experiencia”. Es cierto. El concepto de lealtad hacia la empresa que alguien pueda tener estará muy relacionado con acontecimientos de lealtad experimentados y vividos por esa persona en cuestión y lo que transmite, es fluctuante. Otro tema es el papel que juega la memoria en esto, pero en sí seguimos apostando al travestismo de las palabras y a justificar nuestra toma de decisiones o nuestra forma de vida. ¿Nos encanta, pues, la seducción de las mentiras, y sin ellas no podríamos tener nuestro mundo?
Publicado en Indicador de Economía, noviembre 2015