Crear lo frágil
Todo empezó con la bombilla, me cuenta mi hijo, que han hablado hoy en clase sobre ello. Una bombilla en el cuerpo de bomberos de Livermore (California) que lleva 110 años encendida, casi nada. Y luego dicen que las cosas no duran!
A lo mejor es la mala producción, o los ingenieros, diseñadores e investigadores que no saben, o cuentan con una mala conciencia y falta de valores que nos hacen la vida más apresurada e incómoda. O los accionistas que saben si producen “mal” eso repercute en maximización de beneficios. O los mismos directivos que sus variables van por márgenes. Total, gana el diseño y el marketing por goleada.
La obsolescencia programada es el motor secreto de la sociedad que hemos creado, consumista, de moda cambiante. En los 50, Brooks Steven ya lo conferenciaba: “crear un consumidor insatisfecho con el producto que ha disfrutado, que lo venda de segunda mano y que compre lo más nuevo con la imagen más nueva”. Que el deseo del consumidor tiemble!, a los managers no les molesta que la gente sea infeliz. El paradigma es ‘desear poseer algo un poco más nuevo, un poco mejor, un poco antes de lo necesario’ –no sé quién lo ha escrito. Bienvenidos a la cultura de lo efímero. La búsqueda de la felicidad es comprar y comprar, y digo búsqueda. Naturalmente, en las escuelas de negocio, este concepto lleva otros nombres, como ‘ciclo de vida del producto’, que queda como más atractivo, y se encuadra dentro de la estrategia de negocio y consumidor.
Como si todo fuera demasiado apresurado, nos acostumbramos a vivir así; apurar pronto las cosas y pasar a lo siguiente, tal la sensación de no querer (ir a) dormir porque pierdes el episodio de la felicidad. O ahí está la posibilidad: No vivirla. Todo rápido, rápido. Olvidándonos de las sensaciones anteriores al vértigo, o de vivir el mismo vértigo. Nos convertimos casi en meros coleccionistas, sin profundizar en la intimidad.
La premisa de la obsolescencia entra en juego en la gran depresión americana del siglo pasado. Si una bombilla es capaz de durarnos 25 años, ¿qué será de las fábricas, la mano de obra, los dividendos, los bancos…? Por el contrario, si las cosas duran poco, nunca faltará trabajo, y crecimiento; así de simple. Porque, ¿qué íbamos a hacer en nuestro tiempo si no empeñamos tantas horas en el trabajo, y que todo gire en torno a él? Nos aburriríamos, ya que no sabemos hacer más, ni nos gusta hacer otras cosas, ¿verdad?
Esto lleva a que el sistema como lo entendemos ahora gire, el mundo financiero gire, y tengamos de qué hablar. A mí me gustaría que los productos al menos nos pre-avisen antes de desaparecer definitivamente, y no nos pillen desprevenidos cuando vas a imprimir un documento y ya no va la impresora, o cuando la bombilla de la linterna se acaba de golpe justo en medio de la noche.
No nos interesa lo antiguo, como mucho recogemos objetos vintage para un adorno temporal. La idea de reparar, recoser, re— parece olvidada, salvo en los tratamientos de belleza. El bótox como betún y acelerador de unas imágenes que proyectamos y conforman nuestro comportamiento diario, ¿o es al revés? Ya no sólo nos refugiamos en los objetos como muestra de identidad, o de aceptación grupal, sino en nuestra imagen personal, que en algunos casos esconde la inseguridad e inaceptación, o la rebeldía.
Pero, me dice mi hijo, ¿qué pasa con los residuos y el impacto en el medio ambiente y el enorme consumo de recursos a que este sistema nos obliga? La lógica esconde una pregunta que cada vez se hacen más personas: ¿por qué tenemos que estar constantemente creciendo? o ¿no existen otros tipos de crecimientos? Y yo le respondo que eso no importa, que aún quedan muchos países que tapar con la basura. Otro gran negocio, en serio, le digo. A mi hijo no le ha hecho gracia el comentario.
Publicado en Diari de Tarragona, Economía & Negocios, el 05.04.2015