El deseo en las organizaciones

El deseo en las organizaciones

Roberto García Casado defiende la importancia que para las organizaciones tiene mantener un clima de deseo entre sus integrantes. Según García Casado, es fundamental que se cuide este aspecto para que una empresa tenga la vitalidad necesaria. (D.R.)

Es curiosa la forma en que algunos directiv@s se sonríen cuando saco, por primera vez, el tema del Deseo, y les anuncio que vamos a trabajar sobre ello. No sé si piensan más en triángulos y columnas que en elipses, o no piensan (aunque sabemos que no pensar es imposible).

La anciana (no una, La –ella-), cuando era pequeño, me lo anunció en medio de un paraje blanco y resbaladizo que eran los inviernos en mi pueblo: ten cuidado con lo que deseas, … que al final se cumple. Me estaba brindando una lección de la que es complicado apostatar, una creencia que perdura estigmatizada en el pensamiento y afecta a las conductas y formas. En Descripción de la Mentira, Antonio Gamoneda escribe: “Es nocivo el deseo; vive en la anterioridad y su virtud es cesar. / Es confusión de la memoria”. Me encanta el poeta y la persona, pero no estoy del todo de acuerdo en algunas cosas.

Es cierto que el deseo vive en la anterioridad, es el inicio, primero has de configurarlo, vislumbrarlo, dibujarlo, quizás/mejor madurarlo, dejarte cautivar, y luego viene la acción, pues el viaje iniciático comienza en la mente y en la película que te vas haciendo, pero sólo se realiza en la práctica, de lo contrario estamos hablando de un desidioso. Aquella (La) anciana ¿acaso quería negarme el desear cuando es la fuerza que configura el mundo?, ¿tan nocivo es? Supongo que no, en el fondo se trataba un tema cultural, y algo de domesticación y de miedo, ya que años después veía que es justo lo que centrifuga el comercio, las empresas, y la vida misma. En cuanto a su virtud, no es cesar, es continuar; mientras comes sacias el deseo del hambre, pero ten en cuenta que este vuelve, si bien este es un deseo más impulsivo, piensa en algún otro y lo observarás. Potenciarlo es genialidad e hipnotismo, educarlo es la fuerza.

Durante un tiempo, tras la gran enseñanza, me empeñé en conjurar (y aprender) el arte de desear con todas las fuerzas, desconociendo que era algo que hacía desde que nací. En ese momento el deseo se centraba en mi mismo, en verme más fuerte, más listo, o en derribar a mis contrincantes en los partidos, en … Era cierto, la fuerza de esa intensidad y concentración hacía que las cosas sucedieran, o se ponían en camino. Luego cogí miedo por las consecuencias y por el tono empleado en las tantas veces que escuché la frase corrosiva, ya no sólo en labios de La anciana. Me hizo esconder el deseo (engañar), para concentrarme en la razón, y ya ni siquiera casi en los sentimientos. La antesala del deseo comenzó a ser tenebrosa, tanto por la fe como por el poder, si bien tenía la conciencia que justo la motivación nace y bebe de él.

Con la edad y la propia autocrítica te das cuenta que ahí empieza el germen, la educación contagiosa y eunuca que se expande y concreta en un tipo de cultura empresarial arraigada y propensa a pocos exabruptos, y menos a pasiones liberadas. Había que castrar el deseo. Esta creencia mental (ten cuidado con lo que deseas) se propaga y contagia en muchas organizaciones, y se traduce en que se hacen poco deseantes, no vaya a ser que, o se conforman con experimentar deseos muy fugitivos, rutinarios, mutilados; o que sólo deseen unos pocos. Y los tiempos nos indican que las empresas no están en ese campo, de hecho un análisis de los éxitos empresariales nos muestran que los instigadores y los integrantes iniciales suelen ser personas muy deseantes, pasionales y casi siempre en las fronteras de lo convencional (en su momento). La gente se pone sexy para atraer, los escaparates se desnudan, el estriptis social es general, los consumidores se dejan llevar por la tentación, las redes casi te hacen trasparente. Y en este contexto, ¿cómo manejamos a las personas dentro de las empresas?

¿Por qué, pues, muchas organizaciones se maltratan y tienden al suicidio evitando el deseo organizacional? Es cierto lo que escribe Gamoneda de la confusión de la memoria. Somos receptores y fabricantes de deseos y esquizofrénicos a la vez, y el olvido juega sus cartas: cuando voy a comprar me pongo un traje deseante, cuando salgo a la discoteca otro, cuando voy al trabajo casi que me quito el traje o me arreglo uno que no lo contenga o lo disimule. Como perchas a la entrada de las naves, de las oficinas, de los talleres, dejamos colgados nuestros deseos, altares sacrificiales donde penetramos para mantenernos en domesticidad (perdón, quizás salvo los de marketing que parece lo tengan en obligación).

¿Preferimos caminar en el escapismo de Houdini, en lugar de reinventar las organizaciones? Cuando muere el deseo muere la empresa, cuando la visión muere la empresa no muere necesariamente siempre y cuando el germen y la polinización del deseo esté en su gente. Una organización sin deseo languidece triste o en apariencia eufórica. El mangament, en este contexto, es el arte de conjugar el deseo y la renuncia.

Más encanto y sugerencia nos brinda Carlos Fuentes: “siete días tardó la creación divina, el octavo día fue la creación humana y se llama deseo”. El mundo del deseo es el inicio, pues, en la creación de posibilidades. Las organizaciones deben sentir el cosquilleo que nos proporciona el pensar en sí en el deseo, ha de estar presente en la misma atmósfera. Saber crear y volver a crear esta experiencia deseante y emocional reenergiza la organización, de igual forma que alimenta el alma de sus componentes. Mantener las palabras de La anciana, la de ese pasaje resbaladizo, en una vigilia controlada seguro que algo ayuda a construir Organizaciones Deseantes.

Publicado en Indicador de economía, octubre 2013