La confianza y la venganza
Los hechos aún no han sido del todo revelados, lo visible fue el ojo izquierdo morado tras el golpe seco que le propinó Vargas Llosa a su hasta entonces amigo íntimo García Márquez. Cuando éste venía con los brazos abiertos a saludarle aquel le propinó un puñetazo tan certero que le noqueó. Fue en ciudad de México, febrero 1976, en medio de toda la intelectualidad latinoamericana reunida para el estreno de una película de René Cardona. Prácticamente no volvieron a saludarse y jamás refirieron el hecho. La hipótesis, según Dasso Saldívar, se relaciona con los consejos varios que la familia del colombiano hizo a Patricia, mujer entonces del peruano, para que se divorciase de él. Vargas lo consideró como una traición en toda regla y lo resolvió apasionadamente y de forma expeditiva, ¿de qué otra forma sino? Al ser la justicia ciega de alguna manera habrá que hacerla visible, ¿verdad? El puñetazo cristaliza la venganza restauradora de equilibrios justos. Estamos en paz. ¿Es la ley o nosotros mismos ante su ausencia quienes debemos actuar?, aunque este es otro asunto y disyuntivo, parece ser que quien la ejerce (la venganza) se libera del rencor. Los sentimientos de traición se viven de tan diversas maneras que es imposible cuadrarlos, tampoco los efectos. Puede dejar ojos morados o no, pero siempre cicatrices.
A veces uno hace o dice cosas de las que ni siquiera es consciente, y acciones aparentemente cándidas se convierten en sinsentidos, cogen vida propia al margen de la intencionalidad original (si la hubo) y se nos escapan y ya no podemos más que ir detrás. Una vez en marcha hay cosas que no se pueden detener así como así, ¿quién es el guapo que ahora se desmiente o dice que había exagerado?, hasta es posible no te crean y, sobre todo, ¿cómo queda uno? Así la traición llega a traicionarnos a nosotros mismos, como en el relato corto y tan genial de J.L. Borges “Tema del Traidor y del Héroe” (Ficciones) envuelto en esa épica irlandesa por la lucha de su independencia donde Ryan resuelve silenciar el descubrimiento de que quien encarga una investigación sobre quién es el traidor, descubrimos que es ese mismo, e incluso recibirá honores. El autor mezcla personajes históricos y ficticios y literarios con realidades de su relato, para concluir “que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es incomprensible”. Si la literatura no escapa de este círculo, ¿cómo ha de poder la misma vida, o la vida de y en las empresas?
Veíamos con el carismático Zaharoff cómo para algunos vale todo en los negocios, donde la caballerosidad desaparece o como mucho se sustituye, si se es descubierto, con un “perdón, no lo volveré a hacer más. Me he equivocado”, o al estilo de Facebook o de Volkswagen o de Nike o de tantos otros. Dentro de las organizaciones ese todo vale y esas traiciones no sólo se viven en la propiedad, o entre altos directivos, también se cuece en el derrame que produce un comercial que se va llevándose cuantos conocimientos y clientes le sigan, en el investigador al que financiamos un proyecto y lo vende a la competencia, en el compañero que nos sonríe y conspira en nuestra contra, o te dice: “que no te puse en copia, por favor ¿cómo iba a olvidarme de ti?”, en la inspección fiscal, laboral, … rezumando denuncias de trabajadores que salen por no sé qué puerta, etc. Ya lo escribí, sobre el robo, la corrupción, la mentira, que forman parte sustancial de la empresa, pues las traiciones igual. Las lealtades, como el amor, duran lo que duran. La honorabilidad y las fidelidades poco tienen que ver con el romanticismo de tiempos conjugados en la literatura. El fair play pocas veces es consigna de ética sino de postureo, como si todos fuéramos un poco malinches y embutidos de curiosidad porvenir negamos la mayor. La ruptura del fair play lleva parejo la invención de una mentira justificativa ante uno mismo y escudo frente los demás: “me he ido porque el dueño o el jefe es .., y claro,..”, “no veas cómo hacen allí las cosas, te cuento, aunque no quiero hablar… ni que pienses de mí …”, construimos el relato que nos ayude aunque hunda a quien nos aupó, porque llegados a un punto y según en el tablero que apuestes, no importa lesionar la reputación de quien sea, o igual es procedente.
Los ejemplos son demasiados, e incluso sabemos de divorcios empresariales. Personas que llegaron a estimarse en algún momento como los creadores de Hard Rock, de tan amigos y socios a partir el negocio, y actualmente gobernado por la Tribu Seminole. Lealtades fraguadas con sangre que se rompen, de la que ni siquiera los creadores (Apple) o las familias (uff qué de ellas) se libran. O sea, algo de lo más normal y habitual que hay que saber encajar y, si es el caso, hasta continuar relacionándote con el traidor, e incluso con el traidor hermano. Fascinante, ¿verdad? Para Maquiavelo la traición no es más que una parte fundamental de la política y quien no esté dispuesto a asumirlo nada tendrá que hacer en los lugares de poder. No hay preaviso.
Es Dante, en La Divina Comedia, quien ubica a los traidores en el último círculo del infierno -el noveno-, ya que consideraba la traición como el peor de los pecados, y a diferencia de otros crímenes “para traicionar primero hay que ganarse la confianza y el afecto de la víctima”. Ahí radica la diferencia, el sentimiento o percepción de engaño a manos de alguien a quien aprecias, en quien depositas tu confianza; cualquier otra cosa es contratiempo, adversidad, un problema o una desgracia. ¿Esperaba Gabo el puñetazo de Vargas, o Vargas lo que cree hizo su amigo, o Julio Cesar la puñalada de Brutus?, distinto de que Jesús sabía que para que la historia deseada se hiciese realidad necesitaba que el mejor de sus apóstoles se sacrificara, vista así la historia quizás Judas tenga más de cordero que de traidor, si bien no conozco ningún monumento a los corderos. En todo caso, ¿existe reconciliación real tras la traición de la confianza? Sin remordimiento difícil, luego algún tipo de desagravio, o de justicia, luego a lo mejor el perdón… en caso contrario: aguantarse, pasar o vengarse. Muchos esperan el momento oportuno para devolver la ofenda, como en Medea, de Eurípides, donde Medea, tras la traición de Jasón, ese que la deja, después de todo lo que ella había hecho por él y de todo el amor brindado, para irse con la hija del rey Creonte, prepara y vive su venganza con esa emoción tan potente que bloquea otros pensamientos y acciones y emociones. Medea envía como regalo para la futura esposa un vestido y una corona; al ponerse la novia el vestido este empieza a arder y Creonte, al intentar sofocar las llamas, acaba igualmente pereciendo al costado de su hija. Había arrebatado todo a Jasón, incluso mata a sus hijos. Cuando este decide ir a reclamarla lo que hizo, seguro que ella esgrimiría una sonrisa liberadora.
Si la traición es como un sfumato en las fronteras del delito y del pecado, muchas veces sin castigo y bastantes con premio, ¿cómo la venganza no va a formar parte del juego? El “ya te la devolveré” o “esta me la guardo” mantiene viva la tradición humana del sacrificio grupal versus una victoria individual, aunque sea destructiva. Es tan humano y tierno devolver los golpes! La venganza se transforma en una cruzada bendecida por uno mismo y/o su entorno más cercano, una fatigosa manera de guerrear sucio y frío, de agotar las energías en aquello que no produce beneficio a la empresa. Así la traición destroza la esencia de las relaciones humanas: la confianza, base igualmente de todo equipo de trabajo. A partir de ahí la comunicación pierde su frescura y todos miden lo que dicen y cómo lo dicen, o lo que hacen y dejan de hacer, la toma de decisiones se desgasta en un frontón, la creatividad e iniciativa ceden a favor de la inacción y el conservadurismo, y se entra en una espiral donde las traiciones llevan a más conspiraciones y traiciones, o como escribe J. Gómez en El emblema del traidor: “es la segunda vez que me traiciona, señor Graf. Con la repetición las cosas pierden su gracia”. Efectivamente, la traición de la confianza tiene poca gracia, o ninguna.
Publicado en Indicador de Economía, junio 2018