La mediocridad entrañable
Como tantas cosas en la vida, el mediocre viene a serlo mediante la comparación de alguna característica, competencia, conocimiento, habilidad, … en relación a otra persona; lo que ya sabemos también se traduce en una gran fuente de infelicidad. Y si lo hacemos con el mejor casi seguro nos resta estabilidad, seguridad, autoestima,… y felicidad. O sea, lo mejor es no compararnos, y si vemos que alguien sobresale atizarle fuerte para que agache la cabeza, para que deje vía libre a los que son como nosotros, los “normales”, a los que piensan y actúan igual. Medir por el mismo rasero y ensalzar a los inútiles se ha convertido en una trabajo arduo y colaborativo para los mediocres. Muchas organizaciones y sociedades se deshacen de los que sobresalen por eso. Nos engulle la palabra “igualdad” y deseamos llevarla a su medida expandida, claro. De ahí que la autoevaluación, así como la evaluación practicada entre distintos miembros (caso 360º) sea en gran medida una métrica de pérdida de tiempo imposible de sacar jugo.
Esa igualdad y la ignorancia ayudan que seas más feliz. Así pues, el conocimiento puede significar poder pero también muchas veces es doloroso. Como en Matrix, uno no sabe bien qué pastilla escoger; y lo mejor es abandonarse, saber bien poquito, lo justo como para permitirte criticar al resto y vapulear bien.
Como sabemos, muchos tarugos sobreviven a pesar de la comparativa, y muchos destruyendo a los más elevados. Cuentan con la habilidad innata del corcho y se saben vender. La salud de los mediocres está más fuerte que nunca, nos llevan a la ruina y les aplaudimos y ponemos likes y corazoncitos. ¿Piensas acaso que es una exageración? Cuando te detienes y observas algunos políticos, directivos, dirigentes civiles, creadores de opinión, comentaristas en redes, aplaudidores profesionales, te entran ganas de huir al campo.
En la empresa la inutilidad puede venir dada por su propio crecimiento. La empresa funciona tan bien que puede permitirse el lujo de contar con determinado número de incompetentes y no hacen limpieza por aquello de la paz social, o bien los que se han ganado el puesto por haber sufrido desde el inicio en la compañía y eso, junto con la confianza ganada, hace que ostenten un puesto destacado, ¿cómo quitar a alguien que ha vivido los momentos duros del arranque? Existe como una regla justificativa: estar en el momento oportuno y en el sitio oportuno; lo demás es anecdótico. El mediocre se convierte así en un huésped, y a veces garrapata. No desesperemos, para los que no habéis estado en el principio, dejo de pista otra regla: vale más caer en gracia que ser gracioso. El reír las gracias al jefe y evitar cualquier tipo de opinión en contra cuenta con recompensa, lo he visto en muchas organizaciones. Los chivatos no entran en esta regla, ni los chantajistas.
Otra opción es haber heredado un negocio, o tener dinero, como Florence Foster Jenkins, rica heredera y soprano, quien debuta en 1912 con 44 años (nunca es tarde, olvidaros de eso de la edad) animada por un aristocrático, e igualmente mediocre actor británico, St. Clair Bayfield, que se convirtió a la postre en mánager y después en marido de conveniencia. Quienes la conocieron dijeron que nunca habían visto a alguien tan feliz con su trabajo artístico. Era malísima, cierto, pero contaba con un encanto.
Los que tenía a su lado, incluido verdaderos conocedores de la materia, la sonreían y animaban, con lo que reforzaba su ego y su visión de talentosa. Llenaba teatros, la aplaudían, la adoraban, cierto. Y era extremadamente generosa, todo corazón. Un taxista estampó el coche con ella dentro contra una farola, y en lugar de denunciarlo le envió una caja de puros habanos como agradecimiento ya que “se convenció de que, debido al impacto, sus notas sonaban mucho más altas y perfeccionadas”. Seguro que después de eso su número favorito, Clavelitos, sonaba mejor.
Supongo las críticas se las tomaría como mera envidia y resentimiento. Reconocer la propia incompetencia está al alcance de muy pocos, y hasta se puede decir que de ningún inútil. Ella misma se comparaba con estrellas como Frieda Hempel o Luisa Tetrazzini. Los incompetentes creen sobremanera que son buenos o que están por encima de la media, y no hay más discusión. Cualquiera de ellos se siente legitimado para decir barbaridades sin sonrojarse. Es Charles Darwin quien lo avanzó: “La ignorancia engendra más confianza que con frecuencia hace el conocimiento”. Esto es un sesgo cognitivo, denominado efecto Duning-Kruger, en honor a los investigadores. Estos llegan a la conclusión que “cuanto más incompetente es una persona en una tarea, más hábil tiende a pensar que es”. Naturalmente su desconocimiento le impide autoevaluarse y menos evaluar a otras personas. Así están las cosas, cuanto menos dominas un tema más sueles creer que sabes más, mientras que los tipos que realmente son los mejores en una tarea tienden a subestimar su desempeño en comparación con el resto. Alarmante, ¿verdad?
Pero la historia de Florence es enternecedora. En el fondo es la mediocridad filantrópica, desinteresada, apasionada por un campo en concreto y que lo promueve y eleva de manera generosa. Hizo más por la lírica que muchos talentosos vanidosos y egoístas desperdiciando su talento. Ya en vida, todos los beneficios de sus gloriosos conciertos y demás actividades iban destinados a obras benéficas, y su herencia fue a parar al Verdi Club. Murió con 76 años, tan feliz ella. Y dejo dicho: “Muchos dirán que no canto bien, pero nadie podrá decir que no canté”. Desde luego, nadie podrá.
Publicado en Indicador de Economía, julio 2019